Hacer como que se hace
Por Francisco Ruiz*
María Félix decía que los recuerdos matan. Difiero. Algunos recuerdos enriquecen y otros aleccionan. Así, me dispuse a rememorar mi paso por la primaria y la secundaria. Una anécdota muy recurrente, y me atrevería a decir que ha sido vivida por todos, es trabajar en equipo con alguien que hace como que hace, pero en realidad no hace nada.
Tal parece que eso sí lo aprendimos y bien, pues es común padecerlo en nuestra vida cotidiana. La actividad política no es la excepción. Simular que se hace, cuando realmente no se hace nada, es más común de lo que imaginamos y deseamos. Pareciera, casi, un requisito para participar en la vida pública de nuestros días.
Para comprenderlo, primero analicémoslo por partes. La vida política en todo sistema democrático, específicamente en nuestra nación, abarca tres aspectos: la competencia electoral, el ejercicio del poder y la participación ciudadana.
Ahora sí, empecemos, sólo que esta vez lo haremos por el final. Referirnos a la participación ciudadana, ya sea directa o representativa, sin temor a equivocarme, exige de nosotros ejecutar los planes que tanto elucubramos. Para los ciudadanos, además de informarse, actualizarse, escuchar y opinar, se requiere de nuestro talento, de nuestra voluntad y de nuestro sufragio. Pensar en que todo se limita al día de las votaciones es tener una visión miope. Participar significa dedicar una parte, aunque sea breve, de nuestro día en enterarnos de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor inmediato y distante, para tomar decisiones que impactarán de manera colectiva. El civismo abarca desde la mesura en el volumen de la música a altas horas de la noche hasta el ánimo de salir a votar; para ello es vital la interlocución con nuestros semejantes.
Dicen que el primer acto de corrupción de cualquier funcionario es aceptar un puesto o cargo para el cual no se está preparado. Ya sea falta de formación o de experiencia, pero aceptar una responsabilidad para la cual no es apto, además de falto de ética, es un vicio de origen. Hacer como que trabajan también es simular, también es fallar en una tarea de equipo.
La competencia electoral, por años, fundó sus actividades en el corporativismo, en el voto duro. Con la llegada del nuevo siglo, y particularmente en épocas recientes, el pensamiento de los votantes dista mucho de aquella realidad. La etapa en la que el “general” mandaba y la “tropa” obedecía quedó atrás. Se abrió un espacio y el liderazgo lo aprovechó para superar al cacicazgo. De ahí que muchos actores se quedaron entrampados en esa forma de pensamiento. Por eso, actualmente unos hacen como que ordenan y otros como que obedecen, la realidad es una: simulación.
De acuerdo con Rogelio Hernández Rodríguez: “La política surge de la sociedad misma, de su desarrollo cotidiano. La política sirve para resolver problemas de la sociedad, lo que supone estar al frente de las soluciones y de su aplicación” (El oficio político, Colmex, 2021). Para lograrlo, el diálogo es imprescindible. No en vano el ágora fue el epicentro de la democracia en la Antigua Grecia.
Comunicarse es fundamental para hacer política, pero comunicarse de manera franca, respetuosa y constructiva. Solapar, aparentar y languidecer son sinónimos de hipocresía. Para que México crezca, necesitamos crecer nosotros, quitarnos esas telarañas mentales y la mala costumbre de la (auto)complacencia. Crecer amerita retos, lecciones y obstáculos, en lo individual y en lo colectivo. Sacarle la vuelta, es oponernos a ser mejores como personas y como sociedad.
Post scriptum: “Cada uno de los movimientos de todos los individuos se realizan por tres únicas razones: por honor, por dinero o por amor”, Napoleón Bonaparte.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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W: (55) 3932 2213
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