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Ciudadanos tóxicos

Por Francisco Ruiz*

Al iniciar el filme “Fraude: México 2006”, dirigido por Luis Mandoki, Andrés Manuel López Obrador deja muy en claro su admiración hacia el político chileno Salvador Allende. “Ser revolucionario no significa necesariamente tomar las armas. Y, por ejemplo, el presidente Allende no quiso eso. Es el personaje que más admiro, que más sentimientos me genera. Porque es (sic) un humanista, víctima de canallas”, se escucha la voz entrecortada de AMLO.

Allende fue primer mandatario socialista en el continente americano democráticamente elegido. El militar Augusto Pinochet le arrebató el poder a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Irónicamente, 60 años antes (1913), en nuestro país ocurrió algo similar: un golpe de Estado al entonces presidente Francisco I. Madero. Ambos fueron mandatarios civiles, obligados a renunciar y asesinados por militares. Dadas las similitudes, podría decirse que Pinochet fue la versión chilena, modernizada y empeorada, de Victoriano Huerta.

Sin embargo, a diferencia de Huerta, Augusto Pinochet fue despojado del poder por la propia mano de los ciudadanos de la República de Chile. Un plebiscito convocado por el golpista obtuvo un “NO” como respuesta a la continuidad de su gobierno. Como dicen los sudamericanos: “Pinochet corrió solo y salió segundo”. Y es que, llegado cierto momento, los gobiernos autoritarios pierden las elecciones que ellos mismos organizan, ya que la ciudadanía un día decide ser valiente. Eso mismo ocurrió en México al inicio de este milenio. La decepción llegó nuevamente 18 años más tarde y la mayoría abrió la puerta a un presidente que resultó arrogante, obcecado, intelectualmente reducido y sumamente beligerante.

La manifestación del domingo para defender la autonomía y fortaleza del Instituto Nacional Electoral (INE) ante el embate presidencial fue un ejemplo de la reacción ciudadana ante una situación extremadamente alarmante, cuya esencia radica en la participación proactiva y a consciencia de los mexicanos. Así, el domingo pasado, los mexicanos dijimos “NO” a la intención de López Obrador, tal y como a Pinochet en 1988.

José Woldenberg fue el primer ciudadano que presidió los trabajos del Consejo General del extinto IFE, fue uno de los que alzó la voz: “Como país fuimos capaces de edificar una germinal democracia. Dejamos atrás el país de un solo partido, de un presidencialismo opresivo, de elecciones sin competencia ni opciones auténticas, de poderes constitucionales que funcionaban como apéndices del Ejecutivo”.

La pregunta que queda en el aire es: ¿realmente dejamos atrás todo eso? La intención de Andrés Manuel indica todo lo contrario. Es así como, el cuento de Augusto Monterroso resulta, incluso, más vigente que antes: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Solo Manuel Bartlett podría superar al “dinosáurico” residente de Palacio Nacional.

La palabra “tóxico” es definida por el diccionario de la Real Academia Española (RAE), como aquello: “Que contiene veneno o produce envenenamiento”. Sin embargo, en las generaciones actuales, la palabra ha adquirido un nuevo sentido. Una relación “tóxica” (ya sea amorosa, de amistad, etc.), refiere a aquel vínculo que une a las personas bajo un ambiente de emociones negativas, tales como dependencia emocional, necesidad de aprobación, emocionalidad excesiva, inestabilidad, irracionalidad, etc.

Derivado de ello, comparto la reflexión en la que coincidimos mis alumnos de Administración Pública y yo: nuestra relación como ciudadano individual con el colectivo nacional es tóxica. Es decir: visceral, reactiva, limitante, inconstante, temperamental. Nos hemos convertido en ciudadanos tóxicos y es hora de demostrar que estamos dispuestos a superar ese trance.

«Creo que tenemos mejor presidente que ciudadanos, así te la pongo», escuché decir a uno de mis estudiantes durante la clase. Su percepción es comprensible, ante la actitud indiferente o, peor aún, servil de la mayoría. Sí, el esfuerzo del domingo fue loable, pero no suficiente. La lucha sigue pues debemos superar la relación tóxica que como sociedad tenemos.

Post scriptum: “El mundo sufre mucho. No sólo a causa de la violencia de las personas malas. También por el silencio de la gente buena”, Napoleón Bonaparte.

* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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