Por Germán Martínez Cázares *
«Los narcotraficantes que hoy son mexicanos, se quedan con las ganancias…», le dijo apenas en mayo pasado, el nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, a una reconocida periodista colombiana, Vicky Dávila. ¿Lo sabe el presidente López Obrador?
Petro, entonces candidato, expresaba un diagnóstico del problema del «multicrimen». Decía que había que revisar la eficacia de la lucha, que según él ha causado un millón de muertos latinoamericanos, «la mayoría colombianos y mexicanos»; y sentenció contundente que el narco hoy es «más poderoso que Pablo Escobar», el conocido mafioso retratado por Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro, capaz de arrodillar a las instituciones de la República colombiana.
«Ahora producen -siguió Petro- desde la mata de coca, prácticamente, hasta la venta en la esquina de Nueva York… con un solo propietario del negocio». La política se degrada en sangre y cocaína, dijo. Y poniendo por testigo a la comunicadora que le preguntaba, directora de la revista Semana, declaró: «Usted lo ha publicado como periodista… en la nómina -del narco- están generales, oficiales, senadores, representantes, funcionarios del gobierno. ¡Han puesto Presidente! ¡Varias veces, no una vez, han puesto Presidente de la República!», acusó el hoy Presidente electo. ¿Los tentáculos de ese pulpo de corrupción llegan a México? ¿Aquí miramos para otro lado?
«México se colombianizó», exclamó Carlos Fuentes hace algunos años en la bellísima Cartagena. Reclamaba lo mismo que el presidente Petro, una nueva manera de atajar al narcotráfico. Una revisión del desastre y de la violencia que provoca en México y Colombia la venta a Estados Unidos de la droga. En estos últimos años el problema empeoró, se necesita un diálogo con «los gringos», sostiene Petro. Colombia exporta más cocaína que nunca, y los muertos en México siguen creciendo. La narcopolítica avanza, se siente su presencia con el silencio temporal del cómplice, el silencio desgarrador de los desaparecidos, y el silencio eterno de los sepulcros; ahora de tres personas más en Chihuahua, mientras las oficinas gubernamentales son sedes de pretextos federal, estatales o municipales. ¿Para qué carajos quieren el poder político?
¿Con qué van a salir ahora después de la muerte de los jesuitas Javier Campos, El Gallo, y Joaquín Mora, ¿el querido profesor de la prepa ignaciana de Tampico? ¿Con la misma ineficacia criminal, con la misma indolencia cómplice y la retórica de matarifes de sumar fallecidos? ¿Los presidenciables van a bailar sobre sus cadáveres en un TikTok, una melodía de impunidad? ¿Culpar a Calderón y a Hernán Cortés? ¿Acaso no nos damos cuenta que nos estamos pudriendo en un pecado social de indiferencia? Y como burla macabra, el presidente de los juzgadores anuncia que empezará la serie de televisión Caníbal.
En las mismas fechas de la campaña electoral de Petro, el presidente mexicano le mandó un abrazo solidario. ¿Injerencia convenenciera? ¿Vista gorda cómplice de México frente al gobierno de Nicaragua que también acosa a los jesuitas? Pero en Colombia Petro ya ganó. ¿Van a trabajar juntos para acabar con la narcopolítica? ¿El sistema criminal que hoy «se queda con las ganancias» de la cocaína procedente de Colombia, no es responsable del crimen contra los curas jesuitas? ¿Abrazos para los matones del triángulo dorado, gente buena y trabajadora?
Necesitamos un «perdón social», dice Petro. «Quien cree que no tiene nada por lo que pedir perdón es un soberbio y está ciego del alma», dijo antes el cardenal jesuita Carlo María Martini. La violencia no debe ganar. ¿México se colombianizó?, no sé, pero Colombia se mexicanizará con su nuevo gobierno, si abraza el «por el bien de todos, primero los narcos». Sin una justicia restauradora, plena, que sienta primero a las víctimas, no habrá paz. Tengo esperanza. La sangre jesuita derramada dará frutos y deja una herida del tamaño de las barrancas tarahumaras. Deseo, como dice el Himno colombiano, que, en surcos de dolores, ¡el bien germine ya!
*El autor es senador de la República.
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