Por Beatriz Pagés
Un video que circula en redes exhibe el destrozo moral del país. Un sicario saca el corazón a un policía y se lo come. Sus compañeros ríen y festejan el hecho, mientras la víctima, todavía viva, se sacude.
Esta imagen no es única en su tipo. Hay otras donde delincuentes comen carne de otros delincuentes. La diferencia es que ahora se asesina a policías, soldados y elementos de la Guardia Civil para devorarlos.
Mientras los criminales practican el canibalismo, el presidente reza por su protección. La cuida y justifica porque esos mismos antropófagos lo ayudan a él y a su partido a ganar elecciones.
López Obrador se identifica con ellos porque él también practica la antropofagia. No come carne humana –hasta donde sabemos–, pero sí carcome leyes e instituciones. Su platillo favorito es devorar el honor y el prestigio de hombres y mujeres que no piensan como él.
En ese video macabro, un individuo con pasamontañas se esfuerza por sacar las vísceras a un hombre joven. El cuerpo se resiste a ser descuartizado como el país trata de impedir que el antropófago de instituciones termine de destrozar los cimientos de la nación.
Mientras la sociedad mexicana se conmocionaba con el video de marras, el presidente mandaba ¡Al carajo! A sus críticos por atreverse a defender los derechos de los médicos mexicanos.
Mientras los cibernautas constataban llenos de espanto la impunidad y el desparpajo con que los criminales desmembraban el cuerpo de un joven, todavía con vida, martilleaba en la conciencia social la nausea: “Los delincuentes son seres humanos y merecen nuestro respeto”.
Los risas y gritos con que los otros sicarios festejaban la audacia caníbal de su compañero, recuerdan los aplausos con que los adictos al régimen festinan a un presidente que presume su relación con la familia del Chapo Guzmán y ordena no combatir al crimen organizado.
La violencia que hay en el país es consecuencia directa de la tolerancia y contubernio del régimen con los criminales. Eso explica por qué cada 15 minutos hay un homicidio doloso. Eso explica por qué en 41 meses de gobierno se han producido 121 mil asesinatos con impunidad total.
López Obrador aprecia más a un sicario que despedaza cuerpos o que fusila familias que a las víctimas. Mientras a los huérfanos y viudas les envía su pésame, a los delincuentes les ofrece toda la protección del Estado. Por eso es cada vez es más fácil matar y secuestrar en México.
Estamos cada vez más cerca –¿o ya estamos? – de la Rusia donde los asesinatos a sueldo se convirtieron en una industria. Donde los políticos contrataban a la mafia para exterminar a quienes impedían el tránsito del comunismo al capitalismo.
El régimen de la 4T es un antropófago que se está devorando a la nación. La devora al proteger a los narcotraficantes y promover la violencia. La devora al carcomer y mutilar instituciones. La devora al compartir el poder con el crimen organizado.
López Obrador es una antropófago. Todos los días se come el corazón de la democracia, de la paz y la moral pública.
@PagesBeatriz
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