Rescata la obra ‘Un encuentro’, de Kundera, a figuras olvidadas
Por Norma L. Vázquez Alanís
Un encuentro con sus reflexiones y sus recuerdos, es el que entrega al lector Milan Kundera en el libro que precisamente con ese nombre, Un encuentro, reúne varios ensayos, ese género literario en el que el autor checo se mueve a sus anchas, sobre sus viejos temas tanto existenciales como estéticos, y sus antiguas querencias: Francois Rabelais, Leo Eugen Janácek, Federico Fellini y Curzio Malaparte, entre otros.
El volumen de 213 páginas, publicado en México en julio de 2010 por Editorial Tusquets dentro de su colección ‘Biblioteca de autor’, es una suma de textos misceláneos aunque conectados por determinadas líneas de fuerza, en este caso características del autor: la novela, la música, la pintura, el tiempo, el exilio, Europa, el ocaso de su civilización; esa fusión creativa entre cultura y vida la resuelve Kundera con una prosa nítida e intensa.
Detrás de cada análisis el lector encontrará a un escritor lúcido que se enfrenta al reto de hacer un ensayo sobre el arte de Francis Bacon -el cual le inspiró parte de su obra El libro de la risa y el olvido-, la libertad sexual de D. H. Lawrence, la euforia lírica de Henry Miller, el escepticismo apasionado de Anatole France, o el orgullo de Ludwig van Beethoven.
En los ensayos, las reflexiones y la exploración inédita que hace Kundera de cada arte, el lector puede percibir los sentimientos de cada artista con sus creaciones; la satisfacción de plasmar sus esencias en papel, en música o en dibujos es algo existencial que trasciende en la memoria y la lucha desesperada del artista por sentir que en realidad ha dado lo mejor para forjar su arte. Así, su lectura podría considerarse una exuberante sinfonía poliédrica no sólo de ideas y temas, sino también de tonos y tiempos narrativos.
En el segundo capítulo, de los nueve en que está dividido el libro, titulado Novelas, sondas existenciales, aparecen Fiodor Dostoievski, Louis-Ferdinand Céline y Philip Roth junto a Juan Goytisolo y Gabriel García Márquez; los capítulos siguientes están dedicados a Carlos Fuentes, Anatole France y Curzio Malacara. Más adelante, hace referencia al encuentro que tuvo lugar en la isla caribeña de Martinica entre el gran patriarca de la vanguardia surrealista André Breton y los jóvenes poetas locales agrupados en torno a Aimé Césaire, e indaga en las repercusiones, no siempre negativas, que el exilio tiene para el creador, con una emotiva comparación entre las dos Primaveras del 68, la de París y la de Praga.
Kundera, quien por su origen, exilio, plurilingüismo y, sobre todo, por la integración de todo ello en un pensamiento revelador del momento histórico de Europa durante la Guerra Fría, representa el arquetipo de europeo genuino, sostiene que sólo un análisis a fondo de la composición formal de una obra revela las intenciones estéticas de su autor, como en el caso del cineasta italiano Federico Fellini de quien escribe que “consiguió convertir su obra en todo un gran periodo de la historia del arte moderno”.
A juicio del filósofo, escritor y profesor argentino avecindado en Barcelona, Enrique Lynch (1948-2020), en Un encuentro Kundera reúne un abanico de contribuciones varias sobre escritores, pintores y compositores, en su mayoría contemporáneos, de tal modo que se hacen evidentes los juicios muy veleidosos de un autor inteligente que plasma un criterio sesgado y personal que él mismo desvela al declarar: “Cuando un artista habla de otro, siempre habla (mediante carambolas y rodeos) de sí mismo, y en ello radica todo el interés de su opinión”.
En su momento Lynch escribió: pasan, en una agradable y entretenida secuencia de piezas breves, comentarios agudos y originales acerca de Bacon, (Samuel) Beckett, Roth, Goytisolo, Rabelais, (Iannis) Xenakis, (Arnold) Schönberg… Hay algún texto parecido a un toma y daca entre pavos reales –el dedicado al cumpleaños de Carlos Fuentes–, algunos ajustes de cuentas (Bertold Brecht, Roland Barthes y el desdichado Emil Cioran, que recibe el calificativo de “dandy de la nada”) y un texto memorable sobre el olvidado Anatole France, autor en que se cebó la tradición surrealista hasta finalmente conseguir que quedara casi borrado de la historia de la literatura.
En Un encuentro, Kundera aprovecha la forma fragmentaria del ensayo para lograr un efecto similar al de la novela, la cual, apunta el autor en el texto, “es tan indispensable al hombre como el pan”; y a través de breves anécdotas de su vida o de la de otros artistas, así como comentarios de distintas obras de arte, explora diferentes aspectos de algunas de sus preocupaciones como la defensa del valor estético de la obra de arte en el que radica su capacidad crítica y su conocimiento sobre el ser humano, la reivindicación del humor como forma de desacralizar la experiencia, y la insistencia en que el arte moderno nace del encuentro personal del escritor, o del artista, con las grandes obras del pasado.
Así lo apunta la doctora en Teoría de la literatura y Literatura comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona, Patricia Trujillo, quien refiere que en este volumen Kundera aborda el tema del olvido en que han caído las novelas de Hermann Broch (Los sonámbulos y La muerte de Virgilio) y la música de Arnold Schönberg.
Considera Trujillo que, en esta yuxtaposición de anécdotas, reflexiones y valoraciones estéticas, los ensayos de Kundera se revelan como herederos de los de Michel de Montaigne, quien se propuso transitar la mayor cantidad de senderos de una misma región mental para explorar un asunto desde múltiples perspectivas. No obstante, la estrategia de Kundera es diferente: las anécdotas personales no tienen un valor biográfico, sino que iluminan un aspecto de un problema histórico.
De acuerdo con la especialista, en este libro Kundera escribe sobre temas que ya había tratado en El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón, e insiste, por ejemplo, en que un escritor trabaja sobre una materia que ha obtenido a través de sus lecturas de otros autores, y como la literatura se engendra a sí misma, el artista tiene derecho a aprovechar toda la tradición de su arte y de otras artes o, como lo planteaba el argentino Jorge Luis Borges, el escritor puede aprovecharse de toda la cultura occidental y a menudo lo hace de forma sobresaliente porque no se siente atado a esa cultura por una devoción especial.
Y sin embargo, Un encuentro pone el énfasis en algunos problemas que en libros anteriores no se habían tratado con tanta obstinación; entre ellos están la cuestión del olvido del arte, el hecho de que la música de Schönberg y de Xenakis no se escuche, que los libros de Broch no se lean y que la complejidad cultural de la literatura y la pintura del Caribe francés no le importe al resto del mundo, todo lo cual aparece una y otra vez como un leitmotiv, explica por último Trujillo.
Lo cierto es que Kundera cumple óptimamente con una de las labores del crítico literario: comparte el gusto por los libros que leyó; sus descripciones son muy sugestivas y sus interpretaciones transmiten su calidad y fuerza; por eso despiertan la curiosidad del lector y son una verdadera invitación a leerlas.
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