Casi 24 horas…
Por Octavio Raziel
Nunca estaremos conscientes de lo incompleto de nuestro primero y último día. Ninguna de esas fechas las viviremos 24 horas completas. Yo, por ejemplo, nací a las 20:20 horas (así dice mi acta de nacimiento) No sé cuándo moriré, pero estoy seguro de que no cumpliré las 24 horas de ese día… Son los dos únicos días inconclusos del ser humano.
Hasta en 24 de diciembre de 2018 sumaré 672,436 horas de vida, descontando las 20 que atrasé un 8 de abril a mi llegada a este mundo. ¿Cuántas más horas, días o meses deberé ajustar sabiendo que el ciclo final de 24 horas no lo completaré? Allah Aalam (Sólo Dios sabe)
Debemos saber que hay dos momentos importantes en nuestra vida: el del nacimiento y el de la muerte. Del primero no tenemos memoria y del segundo nos daremos cuenta, seguramente, a destiempo.
He entrado a la tercera ¿o tal vez la cuarta? edad, cuando todo es más mesurado, hasta el enamoramiento avanza lento, cansado. La vida, efímera, es lo único que tenemos y que pensamos nos pertenece.
Soporté tiempos de hambre, pero supe que no hay hombres mejor cuajados que los que se forjan en la voluntad y el coraje. Viví de proyectos, esperanzas; pero aprendí también a aceptar las realidades. Todo se resume en que lo hice, como dice la canción: A mi manera.
En cada episodio de mi historia tuve presente la sortija de Las Mil y una noches en la que se leía: Esto, también pasará. Porque todo pasa, lo bueno y lo malo; el dolor, pero también la dicha.
El pasado es un ancla oxidada en el fondo del mar; un lastre de lo que no se puede olvidar. En ocasiones me siento como un barco sin ancla y sin carta de navegación. Soy lo que recuerdo, soy lo que olvido.
En una pared parisina me tocó leer en el ’68 una pinta con la frase: “No quiero morir idiota”. Hasta este momento estoy a punto de superar el reto; pero en el camino he dejado a muchos que han transcurrido por una vida humanamente inhumana. Toda la ruta que he transitado lo he hecho en un diálogo constante con el pasado; pues es éste, un eco de voces silenciosas.
El tiempo es un río atronador y tumultuoso que arrasa todo a su paso y, las más de las veces, lo deposita en el mar; en esas playas donde aparecerán en hojas, en la bajamar, las historias que viví y escribí.
A los que no me aportan algo positivo les digo: no me roben el tiempo, que mis horas y minutos son el único tesoro que defenderé hasta el final de mi vida.
Cuando me llegue el cansancio, quisiera cerrar esa puerta imaginaria y que jamás volviera a abrirse. Cuántas 24 horas por venir, cuántas más por seguir viviendo, me pregunto.
Las fotografías que ilustran esta reflexión corresponden a mi hijo Octavio, el primogénito, y a mi nieta Katherine, la que cierra mi ciclo descendente; hasta ahora. Me han acompañado en el metrometro de la vida.
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